No hay nada más placentero que salir a manejar un auto clásico un sábado por la tarde, en buena compañía y por un camino soleado. Nada como revivir la épica de los pioneros del automóvil, cuando lo que importaba no era el confort o los airbags, sino la batalla entre el hombre y la máquina.
Todo muy lindo, hasta que la maldita chatarra deja de andar.
Restaurar y mantener en estado de funcionamiento un auto histórico está considerado como un hobby, pero no es hasta que empezás a lidiar con los problemas típicos de una vuaturé desvencijada que descubrís por qué los coleccionistas son tan adeptos a los infartos y las cirugías cardiovasculares.
Si tu abuelito te heredó una antigualla decrépita, sin ningún valor histórico, la gente de Iriarte Atelier te ofrece la posibilidad de transformarla en algo mucho más cool: un verdadero torpedo de diseño antediluviano.
Este Ford A 1928 es sólo una muestra de lo que son capaces de hacer estos artesanos de Don Torcuato. El arquitecto Rodolfo Iriarte fundó junto a su hijo Torcuato (Cato) esta compañía hace 30 años, cuando empezó a cansarse de los obradores y decidió empezar a construir autos para él mismo, sobre la base de cacharros abandonados.
Iriarte no restaura, sino que crea un auto nuevo por completo sobre la base mecánica original. La ventaja de esta técnica es que la creación se puede patentar y todo.
La carrocería de casi cinco metros de largo y con forma de cohete fue construida a mano, en aluminio. Las líneas no intentan imitar a ningún auto de época, pero se parece a muchos... a muchos de los “Autos Locos”.
Lo mejor son los detalles: correas de cuero para mantener cerrado el capot, termómetro de temperatura del motor en la trompa, volante de madera tallado a mano y unas butacas que requieren ciertas dosis de contorsionismo para sentarse.
Este biplaza descubierto sólo utiliza del Ford A la base del viejo chasis y el motor 4 cilindros, que fue trabajado para ofrecer 140 caballos de potencia. No es una mala cifra si se tiene en cuenta que el peso total es de apenas 700 kilos. Tiembla Pierre Nodoyuna.
Es decir, este es un aparato que tiene la misma relación peso/potencia de un Porsche Boxster, aunque está muy lejos de ser un refinado deportivo alemán.
Con sus enormes ruedas de diligencia, la suspensión con el mismo confort de un carrito con rulemanes y tan ruidoso como un dinosaurio con gastroenteritis, la creación de Iriarte es una máquina que te vuela el bisoñé cuando acelera, que dobla bastante bien y que frena cuando puede.
Semejante artesanía exige bastante paciencia (los tiempos de entrega van de seis meses a un año, según los caprichos del cliente) y una billetera sin complejos. “Este no es un hobby barato”, responde Iriarte cuando alguien pregunta un precio.
Via: argentinaautoblog
31 de agosto de 2009
Crítica: Iriarte Ford A 1928
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